La Revolución Cubana arriba a su 57 aniversario sin dejar de pensar en la más elevada de las transformaciones que tanta falta hace en todo el mundo: convertir en realidad los sueños de la fraternidad. Un pensamiento que da sentido a toda lucha y que en Cuba no se aplaza, aún cuando tal emprendimiento no pronostique superar su teoría victoriosa que, a pesar de la indiscutible simpatía que tiene en la mayoría de la población, cada vez más se va desplazando al terreno literario, que no es el mejor sitio para respirar el aire siempre nuevo de la práctica revolucionaria.
El llamado papal de 1998 a que “Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba” está surtiendo el efecto deseado de romper la diferenciación de un pueblo magnífico en pleno Tercer Mundo para devolverlo al rincón tercermundista que le tocaba. De ahí que los nuevos días de la Revolución Cubana estén marcados por la percepción que cada persona establezca con la realidad. La vigencia de unas conquistas sociales muy altas, y precisamente por las expectativas vitales que estas implantaron en el ser de los cubanos, enredan aún más la visión sobre las complejidades en que la vida se desenvuelve. Ello determina la apreciación de que el país va hacia atrás o hacia delante, y no solo con respecto a la sufrida Latinoamérica, sino igualmente con el imagnario bienestar primer mundista.
El paulatino crecimiento de la empresa privada y la sociedad de consumo en la isla, con todas las extrañezas que genera, más la inversión extranjera que se abre paso añadiendo diversas contradicciones, y las múltiples medidas encaminadas a revitalizar la economía, todas ellas puestas en vigor para impedir la parálisis del país, han hecho que muchos toquen con sobrada solidez el cambio en la tendencia colectivista del pueblo cubano hacia vías individuales de mejoramiento.
No resultaba aconsejable el aislamiento del país ni la falta de las libertades tan aplastadas en el mundo de hoy. Así la mayor incertidumbre de Cuba se abre al mundo y el precio del mejor postor que rige al mundo se abre a Cuba. Como si todo indicara que el ser humano, siendo solo en sí mismo, ansía el poder del azar donde su soledad pueda pelear con los furiosos vientos de la libertad. No importa si la mayoría de las veces lo derriban, lo esencial es participar del desafío que ofrece la posibilidad de un triunfo individual. Un triunfo individual que, como señalan los vericuetos de la suerte, hasta que no se generaliza está plagado de peligros. Fue esa generalización del triunfo a todo el pueblo lo que logró la Revolución Cubana con su victoria y la misma que ahora la emplaza con sus visiones.
Mucho le falta a Cuba por decidir y mucho le falta por salvar. Esto tiene una explicación muy sencilla: si Cuba no hubiera retado a los sueños nada le faltaría en la conmoción del mundo actual. Por ese reto vibran con fuerzas renovadas las más libres ilusiones. La realidad impone una solución que solo podrá hacerse viable a través de la conciencia de los cubanos. Y no hay otra solución. Cuba es Cuba si esparce los caminos de su historia para salvar todo lo que falta. Y todavía falta el planeta...
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