A raíz de la problemática griega con la humillación del primer ministro del país heleno, de su pueblo y de toda Europa con el drástico plan interventor en la nación del Mediterráneo por la Unión Europea, se han escrito miles de páginas, pero hasta ahora no he leído mucho de la repercusión en el resto de países europeos. Las interrogantes ¿qué podemos esperar?, ¿tenemos sangre en las venas? y ¿la solidaridad de qué va?, me dan vueltas en la cabeza como aquellas frases tan conocidas, pero muy poco observadas, del sermón del pastor luterano Martin Niemöller que simpatizó primero con el nazismo y luego, al mirar mejor lo que el régimen hacía, fue un declarado anti nazi y enviado a un Campo de Concentración. Sus frases son muy elocuentes para el tema griego: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no erá sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío. Cuando vinieron a buscarme, no habia nadie más que pudiera protestar.” El refrán popular pareciera más explícito: “sólo se salta cuando a uno le pisan los callos”. Sencillamente el otro no existe. Grecia es un invento o un mal sueño que no es nuestro. Bueno, si lo aceptamos, ¿por qué vamos a existir nosotros? ¿Seremos el pueblo “elegido”? Alguien nos está mareando la perdiz, ¿o somos nosotros los que la mareamos y el asunto nos ofrece un divertimento genial? Así nos pasa con miles de problemáticas que andan por el mundo sin tocarnos, por el momento. ¿Quién podía pensar que Londres sería amenazada por “una plaga de inmigrantes”, como llamó Cameron a la multitud esperanzada con cruzar el eurotúnel por el Paso de Calais?
Ahora me ha llamado la atención el artículo “El diktado de Alemania”, escrito por Ignacio Ramonet para “Le Monde Diplomatique”. Entre muchas cosas muy duras extraigo este párrafo: “La gran lección de ese escarnio es que se ha perdido definitivamente el control ciudadano con respecto a una serie de decisiones que determinan la vida de la gente en el marco de la Unión Europea (UE) y, sobre todo, en el seno de la zona euro, hasta tal punto que podemos preguntarnos: ¿de qué sirven las elecciones si los nuevos gobernantes se ven obligados a hacer lo mismo que los precedentes en los temas esenciales, es decir, en las políticas económicas y sociales? Bajo este nuevo despotismo europeo, la democracia se define, en menor medida, por el voto o por la posibilidad de escoger y, en mayor medida, por el imperativo de respetar reglas y tratados (Maastricht, Lisboa, Pacto Fiscal) adoptados hace tiempo y que resultan verdaderas cárceles jurídicas sin posibilidad de evasión para los pueblos.”
En las elecciones catalanas de 2010 y 2012 se gastaron 25 millones de euros en cada una. Para las próximas del 27 de septiembre de este año 2015, que se anuncian como plebiscitarias sobre la independencia de Catalunya, se gastarán -se dice- 10 millones menos, o sea, se gastarán ahora 15 millones. Entre las 3 elecciones se acumula un gasto de 65 millones de euros, que estando las cosas cómo están desde el inicio de esta crisis que no tiene nada de eventual, ¿para qué ese gasto si nada parece que puede cambiar? Resulta evidente que los gastos en entretenernos son muy rentables para endeudarnos aún más de lo que estamos. ¿Todavía tenemos sangre en las venas? El cambio está en nuestras posibilidades de creer en él y sostenerlo. ¿Podemos? Sepamos que de Europa seguirán en pie esas interrogaciones tan incómodas que repetimos: ¿Qué podemos esperar?, ¿nos miran los otros pueblos europeos, importan esos pueblos, están ahí o ya desaparecieron? Ahora no recuerdo donde estábamos nosotros cuando... Grecia está siendo vendida al mejor postor. ¿Pasado o presente? Muchos dirán que no somos griegos y se acabó todo, pero, ¿realmente se acabó todo con la tragedia griega? La cuestión es qué queremos ser, pues la comedia griega también está ahí.
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