El gran escritor portugués José Saramago, no sin buen humor, dijo una vez que “nos aconsejan a todos realizar ejercicios físicos, y ¿por qué no aconsejan a los deportistas con la misma prontitud que lean libros?” Y así es, porque si el cuerpo merece moverse, la mente también está necesitada del mismo impulso. Somos una sola cosa: eso que mueve el mundo y puede transformarlo.
Un asunto destacable por la misma vía de la salud es el acceso a la cultura artística de la mayor calidad, un acceso que pueda pagar el mileurista, el ni a eso llega, el pensionista, el desempleado y sobre todo los jóvenes y los niños, y que se termine definitivamente de considerar que la salud más completa depende del mal paso que obliga la asistencia al Liceo de Barcelona, al Festival de Peralada y a tantos otros eventos aconsejados si es posible pagar el ladino privilegio de unas pocas almas.
¿Cuántos catalanes o españoles o europeos, pueden comprarse un buen libro, asistir a un selecto concierto de música clásica, participar de una vivificante representación teatral o danzaria, vibrar en un exquisito museo, disfrutar la pantalla grande en que se exhibe una película de culto, o, al menos, entrar al aprendizaje para la apreciación del Arte y la Literatura que han descubierto el clima del ser humano, o sea, sus álgidas exaltaciones y sus tenebrosos escondites? Seguramente cuando estas cosas sucedan, el mundo será tan distinto que habremos de hacer un gran esfuerzo para creer que eso es posible.
Los ejemplos no siempre cumplen el bello rol por el que se exponen, pero, dispuesto a la polémica, sitúo a la pequeña isla de Cuba como el mejor paisaje de ese mundo distinto al que todos aspiramos, a pesar de ser un país pobre y carente de las fuerzas superiores para lograr que EEUU le levante el bloqueo a que la tiene condenada desde hace más de 50 años. Qué tristeza tan grande cuando uno se imagina todo lo que pudo lograr Cuba como ejemplo del acceso masivo a todos los bienes culturales de la humanidad.
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