El color azul puede ser añil, índigo, cobalto, celeste, turquesa, zafiro y cuántas tonalidades más puedan regirse por el azul, y ahí está el asunto: siempre es azul. Eso es la Revolución Cubana, su historia, su gobierno, sus instituciones y todo el bien que ansiamos que siga siendo.
Nada debe separarnos del azul, aunque a veces sea difícil contemplarlo. Eso es el movimiento perpetuo del ser humano en sus circunstancias y no fue por cortesía que pasó Carlos Baliño de Martí a Mella y de ese partido pasara Grobart a Fidel, el Ché y Raúl.
Cuba necesita que su juventud, además de la crítica con sus verdades, teja las alianzas necesarias con las generaciones mayores para, en aras del tiempo que le ha tocado y con el tacto preciso, pruebe sus caminos sin los alarmismos que nunca ayudan. Puede invocarse a la libertad y al conocimiento real de las cosas para transformar la realidad, pero nunca renunciar a los beneficios de vivir en el predominio del azul aún con sus manchas.
No se trata de esquivar ningún matiz, ninguna temeridad, y mucho menos no ver tantos colores brillantes, suaves, tiernos y magníficos que se complementen con nuestro azul. La metáfora no es gratuita. Se oyen voces de que la Revolución se abre a unos procesos ininteligibles, que la estampida de muchos no es simple apatía, que hay que reconocer que el socialismo es un fracaso, que luchar contra el capitalismo y contra el acoso de los Estados Unidos es una faena baldía y que, en definitiva, la Revolución misma nos enseñó a leer para que jamás nadie nos obligara a creer que un color es el absoluto de todos los colores.
¿Cuántas veces Cuba tuvo que vencer los tantísimos escollos que se le presentaron? ¿Cuántos de nosotros no cambiamos actitudes que nos dañaban? Todo junto ha formado una institucionalidad, una política, una economía, una cultura y una convivencia social que, lejos de estar aplastadas por una ideología superada, es en su ideología donde Cuba vibra como cualquier recién nacido que nos obliga, aunque cada vez rechacemos más imposiciones, a considerar el deber que asumimos proponiendo nuevos caminos para cuidar al azul. Es su permanencia lo que nos permite existir para poder abrirnos a toda la gama de colores en que hemos de hacer más revolución.
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