Cuando con Trump se cuenta para influir en el mundo y a Clinton se le saca del manicomio, la locura aumenta su poder. No votamos en EEUU, pero nos imponen seguirle la corriente. Trump, con sus exabruptos fascistas, degenera un poco más a la nación imprescindible para el mundo. Clinton, con su disfraz de moderación y responsabilidad mundial, glorifica que sigamos sosteniendo a su país.
8 años de gobiernos “demócratas” en EEUU le han dejado a Europa la OTAN más belicista de toda su historia; la hermandad en la destrucción de Afganistán, Irak, Libia y Siria; el absoluto abandono de la vida humana en África; la mayor oleada de refugiados y el aumento de la derecha xenófoba; la confrontación con Rusia y China despliega en la opinión pública la razón ideal para otra gran guerra; la total dependencia del interés capitalista europeo al norteamericano resta al continente su influencia en el mundo con otros valores sociales y otros acuerdos sobre el cambio climático; la conversión de la política europea en un show de Hollywood frivoliza la caída del estado del bienestar y la actitud desestabilizadora en los esfuerzos liberadores de América Latina. Con esta herencia EEUU hará más decadente y peligrosa la vida en Europa y en todo el mundo. Cualquiera adhesión europea a la soga de Trump o a la de Clinton reforzará la confusión en las clases populares para resignarse al terrible discurso de su insignificancia.
Desgraciadamente, tal y como se sigue concibiendo el mundo por los poderes de EEUU, vamos en silencio hacia el desastre y solo el mundo puede evitarlo. En su época, Hitler no fue visto como un payaso. Esa visión es de nuestros tiempos. En nuestra época, a Trump se le ve payaseando, mientras que a Clinton se le ve con bastante respeto. Si él es inflamable, ella lo sobrepasa. Cuando Europa y el mundo crean que ellos también son parte imprescindible del planeta, romperán las amarras con la locura y con abundantes alas se despedirán del payaso y de la peor señora respetable.
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