A propósito de un intenso debate sobre el concepto del “revolucionario” que, entre otras cuestiones relacionadas, sostuvimos algunos compañeros en los blogs “La pupila insomne” y “La Joven Cuba” fundamentalmente, ahora nos aparece un sustancial aporte para que sepamos distinguir bien qué es lo que más contribuye a la división de los cubanos en vez de a su acercamiento. Se trata del artículo de Fernando Ravsberg,
“¿Se puede ser revolucionario y conservador?” que, luego de aparecer en su blog, corre veloz con su infantilismo por múltiples direcciones de correos electrónicos diciendo:
“En Cuba se desfiguró el significado de la palabra “revolucionario”, adjudicándosela a todo aquel que proclame verbalmente su apoyo al sistema socialista. Algunos incluso reciben un salario, viajes al extranjero, automóvil, gasolina, vacaciones en hoteles y otros privilegios por dedicarse a “defender la revolución” en Internet.”
Grande es la sustancia que nos deja caer el crítico a todos los que se nos ocurre discutir sobre los conflictos de Cuba. Cuando la crítica es, como dijo Martí, el ejercicio del criterio, la crítica se hace con fundamentos sólidos y no con eco de rumores, con la seriedad en el propósito y no con el divertimento de la picaresca. Tal vez por ello Ravsberg, como el eco del pícaro que no puede imaginar las complejidades de una revolución, concluye así su divertido rumor:
“Quienes utilizan el término “revolucionario” para dividir a los cubanos, quienes excluyen a los jóvenes más talentosos o los obligan a emigrar, quienes estigmatizan al que piensa diferente, quienes pretenden imponer “su” pensamiento único, quienes frenan los cambios que la ciudadanía aprobó en asambleas, son el mejor “Caballo de Troya” al que podrían aspirar los enemigos de la nación.”
Trágico y solemne Fernando señala y ubica a “quienes frenan los cambios que la ciudadanía aprobó en asambleas” sin nombrarlos, porque si todo se “aprobó en asambleas” populares como realmente fue, esos “quienes” deben estar a la vista de todos y no entre las brumas de Troya. Pero lo más lamentable es que el camino zigzagueante de Ravsberg conduce a la muerte de la crítica. Para los que queremos la efectividad del diálogo, cada palabra debe cargar un nuevo esfuerzo en la salud de nuestra crítica. Para volar se hizo la Revolución, y si no vuela bien, todos somos responsables, aunque mucho más quienes desde su participación con las alas cortadas provocan que con ellos no se pueda volar.
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